De repente apareció
y la tormenta de nuevo surgió.
Fueron quizás sus ojos,
quizás su pelo.
Comenzó a hacer
y deshacer
lo que le vino en gana.
Le llamé enana.
Construyó un barco,
y se marchó.
De repente desapareció,
y la tormenta en mí permaneció.
Sí, fueron sus ojos.
También su pelo.
Terminó de hacer
y deshacer
lo que le vino en gana,
porque en mi tormenta ella manda.
Destruyó un barco,
y se marchó.