Desapareció
el dinero de mis manos, se esfumaba. Tenía pensado acercarme a un súper a comprar cualquier tontería para picar. Alcé la cabeza, miré a mi alrededor y vi que algunas
personas estaban comprobando sus bolsillos, como si les faltara algo. Por un
segundo la idea de que fuera también su dinero se me pasó por la cabeza, pero
negué rotundamente. Eso era imposible.
Esperando
reorganizar mis recuerdos para haber dónde podría haberse caído mi dinero, vi
salir a una señora del súper. Se le veía aturdida y con las manos vacías. Poco
a poco el control de la calle comenzaba a desvanecerse. Todo el mundo parecía
haber entrado en un estado de confusión.
Así
que me lo volví a plantear, en vez de cuestionar mis propias capacidades
cognitivas. Tenía el dinero en la mano y… ¿Lo vi esfumarse? Sí, parece que fue
exactamente eso. Me pareció ver a más personas en mi estado, así que pensé: “Si
no soy el único, el mejor sitio para descubrirlo es el supermercado.”
Entré.
Efectivamente, algo parecía estar mal. Había cuatro cajas donde pagar, de las
cuales dos estaban sin nadie al cargo. En las otras dos, una mujer metía una y
otra vez la caja para poner el código. Me pareció que tenía esperanzas de que
volviera a aparecer el dinero que se había esfumado. El otro se trataba de un
cajero. Estaba intentando dialogar con un hombre que, parece ser, estaba
realizando una compra considerablemente grande ¿Sería la del mes? Estamos a 2
de mayo. Su discusión consistía en un diálogo muy simple:
– No
se puede ir sin pagar. – Explicaba el cajero
– Has
visto como se esfumaba el dinero. – Reclamó el cliente
– El
dinero no se esfuma. No puedo permitirle salir con esos productos.
Entonces,
fui prudente y me puse a buen recaudo. Era relativamente consciente de la
posibilidad que todo esto implicaba, pero quería verlo con mis propios ojos.
Esperé
cerca de dos horas dentro del súper, hasta que ocurrió lo que pensé: ya no
había dinero, por lo cual, había comenzado la lucha por la supervivencia. En
cuestión de pocos minutos, ciudadanos de mayor y menor estatus, trabajadores,
mendigos, toda clase de persona que tenía la oportunidad recorría el supermercado
arrasando con todo y cogiendo el máximo de provisiones posibles.
Decidí
pasear entre el caos, siempre manteniéndome al margen. Sabía que mis
capacidades físicas dejaban mucho que desear y que mi esperanza de vida en un
mundo sin dinero se basaba plenamente en puros golpes de suerte. Un ser
racional en medio del caos necesita demasiado tiempo para apaciguarlo, así que
era probable que mi muerte se avecinara pronto.
En
fin, siguiendo con la historia de mi recorrido, vi diversas imágenes de
violencia. No sé si me resultó terrible o cómico ver a una señora golpeando con
el puño cerrado a un trabajador para arrebatarle los yogures azucarados que
estaba cargando. Continué caminando. Llegué a la sección de carnicería, donde
un hombre estaba de pie gritando las siguientes palabras:
“El dinero se ha esfumado ¡pero nuestra humanidad
y nuestro orden no dependen de él! Dentro de nuestras capacidades como seres humanos
se encuentra el saber organizarnos, la capacidad de amor al prójimo. En tiempos antiguos el dinero no era
necesario.”
Efectivamente,
este intento de profeta acabó siendo bajado a golpes por sus propios conciudadanos.